viernes, 7 de noviembre de 2008

En el baño, carassius van, bebitos vienen.

Se veía como todos los días sólo que nadaba de costado. Nadaba? no, flotaba y no fue eso lo que más me llamó la atención, sino sus ojos que se veían inertes, en otro plano. El pobrecito fue. Creo que yo lo maté de un susto al cambiarle el agua. Desde que lo ganamos en la celebración del Bon Odori hasta acá se bancó muchas, nadó en aguas tan turbias como las del Mar Muerto y, menos guiso de lentejas, comió cuanta cosa pudiéramos triturar y arrojarle. Hace unos años Pilar me hubiera dicho: "no importa, mami, dejalo en la pecera que igual flota". Pero como adulta que soy, no tardé ni cinco minutos en determinar que había que darle un destino final. Y para él qué mejor que el agua. Tomé la pecera, la llevé al baño, cerré los ojos y lo volqué al inodoro. Una dudita macabra me asaltó... a ver si por esas raras cosas de la vida o de las cloacas, el chiquitín vuelve y lo ven las nenas... apreté el botón y ya.
Aunque suene loco en pocas horas un baño se puede convertir en un cementerio de peces o en una sala de parto, afortunadamente no en mi casa.
Al mediodía y con la consigna de llegar rápido, tuve que ir desde el diario al Hospital San Roque de Gonnet. Allí una mujer que aguardaba ser atendida por la guardia médica no aguantó más y dio a luz a su bebé en el baño de la sala de espera. La pobrecita tiene 16 años, es boliviana y como vive a casi 40 Km de donde vino a parir, había tenido que subir a un micro, apretar con sus manos la panza para retener al niño, morder sus labios y luego escuchar que la gente de guardapolvo blanco le dijera: -"No hay camas, esperá que atendamos a otra paciente y te revisamos".
La niña, empujada por un conocimiento ancestral, supo que la dulce espera había terminado. Se apartó de la habitación donde había decenas de personas esperando y fue al único lugar en el que podía encontrar algo de intimidad. En el baño, se puso en cuclillas y parió.

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