Sin nota color

Un kilo y medio, sólo eso pesa su existencia y su pancita agitada es la única señal de que aún respira. Alrededor de su cabeza un halo, fabricado por los pediatras con una placa de radiografía, intenta retener el oxígeno que necesita por su distrés respiratorio. Se llama Malena y fue la primera bebé que nació en 2009 en La Plata. Sus padres tienen 18 años y ni sospechan que la vida de su hija es como una luz tenue a punto de apagarse.
Rodolfo Maldonado es el médico que la asiste en el hospital público: "por falta de medios no le estamos dando lo que necesita, tenemos que derivarla y en el Ministerio de Salud nos dijeron que en la región no hay camas. Hasta pensamos en presentar un recurso de amparo en la justicia para que la acepten en alguna clínica u hospital de la zona", apuntó como un Quijote solitario.
La nena está fría, tanto como la burocracia que regala feriados demagógicos a sus empleados, pero tarda horas y horas en encontrar una incubadora que le dé los 38º que necesita para vivir. Su llanto estremece, es tan dulce que uno debe contener las ganas de arrebatarla de esa cajuela para darle calor. Sin embargo para quienes deciden su destino, Malena es sólo la interrupción de una siesta trasnochada que hace el desesperado llamado de un médico.
Dos enfermeras atienden 13 niños de la terapia de neonatología, cuando tendría que haber una cada tres pacientes. En una sala contigua que podría estar llena de bebés sólo hay un depósito de respiradores rotos e incubadoras obsoletas.
"La vida de Malena es viable, pero no le estamos dando lo que ella necesita", denuncia el pediatra.
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Fui por la nota color y me encontré con un triste indicador de la realidad de la salud pública en la Argentina, con profesionales que luchan como titanes para sacar las cosas adelante y funcionarios que sólo buscan que los números cierren y que la corbata esté derecha cuando posan para la inauguración de cualquier pedorrez.